Sobre mi

Laila, redactora y vagabunda del Dharma,
dejo escurrir el resplandor del cosmos,
me expando hacia las diez direcciones
para encontrar mi significado profundo
en cualquier sitio.
¿Quien se atreve a definirme?
soy aquella que nunca duerme.

sábado, 20 de marzo de 2010

Instinto

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¿Me pregunta por mi vida? Muy bien, confesaré, diré todo.
No haría nada de lo que me sienta culpable. No hay necesidad de sentirse culpable, no hice nada de lo que me avergüence. Tal vez, no hice suficiente, tal vez, de eso tenga vergüenza: de no haber hecho suficiente, de no haber dado suficiente, de no haber sido suficientemente perceptivo; de no haber estado conciente; por no entender; por ser estúpido.

Tal vez, debí haber matado a cuatrocientas personas, tal vez, me sentiría mejor, sentiría que le ofrecí algo a la sociedad.

De acuerdo, le hablaré. ¿De qué quiere que le hable?, ¿Qué quiere saber de mi vida?
Nunca fui una presencia cómoda para nadie, ese es el problema. La gente no quiere que le digan ciertas cosas en la cara ni que determinadas actitudes se hagan públicas.

Toda mi vida estuve con vagabundos, asesinos y prostitutas, la calle es mi mundo, no pretendo ir la ciudad y ser alguien elegante; puedo, pero encuentro más real el mundo en el que estoy.

Siempre me atrajeron las situaciones especiales, no las corrientes, por eso, nunca pensé en casarme; porque significaría renunciar a mi manera de pensar y de vivir, toda una existencia.

La conocí.

Nunca voy a olvidar el primer día: usaba un perfume demasiado dulce y unos tacos que invitaban al pecado. Nos buscamos con la mirada, me miró de arriba abajo, sin miedo – me encantaba que no me tuviera miedo-, era magnética. Pensé que vivía una alucinación. Nos gustamos.

El momento no pudo ser peor, me buscaban en varios lugares y sentía que si me quedaba quieto, me volaban de dos tiros en la nuca. Ella era una mujer venenosa. Una bruja platinada indomable pero dulce. “Tus errores los encuentro atractivos”, me decía desde un rincón de la habitación, sólo podía ver las chispas del cigarrillo y sus piernas eternas.

Al final, no pude con mi instinto; siempre parece que en la vida hay que elegir.

No hay día que no piense en ella, me acuesto en esa maldita cama -todavía puedo sentir su perfume: dulzón, de rubia-, y revivo cada detalle de la última semana una y otra vez.

Tengo miedo de que la manera en que la traté me persiga el resto de mi vida.

Nunca me voy a perdonar no haber sido capaz de retenerme. De haberlo hecho, hoy sería feliz.


Laila.

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