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_¿Te arrepentís?
_Tuvo que ser así. No me siento orgullosa, no siento ni odio ni alegría. No siento nada –
las lágrimas brillan en sus ojos grises.
_ ¿Cómo te convertiste en asesina?
_Yo no soy una asesina -mira sus manos, la derecha acaricia la izquierda, trata de que
no se vea cómo tiemblan.
_Yo no soy una asesina.
_ Pero usted ha matado.
_ Porque tenía que hacerse -dice desde el sofá rojo- ¿Lo entendés? ¿Nos llamamos de
vos? . Siempre era consciente de que algún día haría lo que después realmente hice. Fue
un largo proceso. No me dije de repente: 'Hoy me convierto en autora del crimen',
¿Entendés? Una soporta hasta que...
_ ¿Qué es lo que querés?
_ Independencia.
_ ¿De quién?
Gira su cabeza mirando al vacío.
_ ¿Sabías que al interrogar a la mujer de Raúl, confesó que esa tarde él blanqueó la
situación?
_No lo creo – su leve sonrisa se endureció, me pide un cigarrillo-. Siempre fue
un cobarde, fueron años de cobardía –desaparece en una cortina de humo.
_ ¿Y si lo hubieras sabido?
_ No vivimos en "Hubiera-Landia"... tuvo que ser así.
_ ¿Por qué?
Se revuelve en el sofá, su cara está blanca y rígida, tiembla. Dice:
_ Ese momento... Ese momento fue duro.
_ ¿Tuviste miedo?
_ No.
_ ¿Aprendiste a disparar en tu grupo de sicarios o sos el cerebro, la princesa mafía?
Sonríe, se pone tensa, se desliza en el sofá.
_ Preguntá otra cosa.
_ ¿Cómo lo mataste?
_ Yo no soy una asesina. Gira la cabeza hacia la ventana, la vergüenza se refleja en sus
ojos. No puede ocultar sus manos temblorosas, estas pierden el control, el café se
derrama humeante por toda la mesa, caen fuentes negras, se forma un charco de brea
hirviente en el suelo. El sudor aflora por su piel: gotas saladas, torrentes de sal, recorren
su espalda. Se restriega la cara con la mano izquierda.
Mira sus manos temblar y acomoda su falda. Tiembla en silencio, callada. Se
pone la mano en la cara.
_ No te preocupes, ahora te sirvo otro.
Laila.
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